Sombrilla amarilla

El aroma de su pelo es agradable, dulce y relajante.

Su sonrisa es bonita, y no tan extrovertida. Bajo los brazos, lleva varios cuadernos, y el pelo negro y largo juguetea con el viento.

Es una chica hermosa. Una chica de la cual YooChun está enamorado.

Sus movimientos no son tan delicados cómo el resto de las chicas, pero su seguridad encanta, su risa, que no duda en hacer oír a la demás gente, su pasión por las cosas que le gustan. Toda ella es hechizante.

Ambos, juntos, están disfrutando de una exhibición de cuadros con estilos surrealistas en el parque de la ciudad, cuándo la lluvia se desata sobre sus cabezas.

Los encargados del evento con premura resguardan los cuadros, y atentos, entregan a los asistentes un pequeño paraguas amarrillo con el logo de la compañía que lleva a cabo la exhibición.

—Lamentamos mucho esto, pero la exhibición ya no podrá continuar. Espero nos disculpen—anuncia una joven de cabellos castaños, mientras reparte más de las sombrillas amarillas.

—Nosotros vamos juntos. Con una sola sombrilla está bien—dice YooChun, refiriéndose a él y a la chica que lo acompaña. La joven repartidora, asintió, y continuó con su tarea.

— ¿Está bien que sólo tengamos un paraguas? —dijo ella, con su voz dulce y sus facciones levemente preocupadas.

—Sí. Voy a dejarte hasta tu casa, no te preocupes.

YooChun cubrió las cabezas de ambos con el color amarillo de la sombrilla, e invitó a su acompañante a iniciar el recorrido.
















La casa conocida se divisa a lo lejos. YooChun tiene una sonrisa apacible por labios. El momento de despedir ha llegado.

Con cuidado, se acerca lo más posible al techo pequeño que tiene la casa por fuera, y el cabello negro de su compañero emerge, corto y diferente.

Es un chico el que va con él, no una chica.

—Muchas gracias YooChun—dice YunHo, con una amable sonrisa y los ojos un poco cansados—ten cuidado, nos veremos otro día.

Y sin más, YunHo se introdujo en su casa, dejando a YooChun con la sombrilla amarilla aún sostenida por encima de él, y los ojos sintiéndolos traicioneros.

Él no está enamorado de una chica hermosa. Él ama —a su pesar—, a un chico al cuál ha aprendido a encontrar hermoso.

El corazón lo siente pesado, incapaz de aceptar los sentimientos que desde hace mucho yacen tejidos en lo más hondo de sus anhelos.

La lluvia, ahora suave, golpea su frente; ha bajado la sombrilla, y poco a poco las gotas lo mojan. No es tan grave ya, no es una lluvia dura, y podrá soportarlo.

Sin darse cuenta, sus manos sueltan el paraguas y este cae sobre el piso, él continua su camino hacía su casa sin percatarse, sin sentir la gran perdida.

A pesar de ser en verdad tan, tan grande, que hace que su corazón se estremezca, y llore.

Siguiente capítulo